En Sol estamos por lo de todos
Nos juntamos, como todas, para pensar las plazas. Pensar en lo que nos pasa, en lo que pasa alrededor, en lo que queremos hacer pasar... El siguiente texto colectivo aborda una pregunta: ¿qué sería para nosotras una democracia sexual real ya?, y una tensión: estar por lo de todos no es decir todos somos iguales.
Pedagogía contra el pelo mediterráneo: dificultades de la acampada en Sol
Por Grupo de Trabajo sobre género y sexualidad
- Cartel que mostraba el primer lema del grupo de trabajo de feminismos. Fotografía: Saúl Ariza
Como mucha otra gente nos hemos preguntado en estos días qué es para nosotras la democracia real ya! Y como todos, hemos condensado su sentido en mil frases colgadas por toda la plaza: Que no nos representan, que la política entendida como representación de todos por parte de una casta (con intereses propios) no cabe en la anchura de nuestros deseos de estar, participar, debatir, cooperar, decidir, sentir con los demás.
Que no pueden representarnos porque nos precarizan la vida. No somos mercancía en manos de políticos y banqueros. La precarización de la existencia no es una novedad, tampoco es un discurso, sino que es la experiencia de la violencia sentida de mil formas que se ha acumulado, y hoy estalla en la plaza de Sol. Empleos de mierda, disciplina laboral, educación sin expectativas, falta de servicios para la vida cotidiana y supeditación de los que hay al interés privado, contaminación e insalubridad, especulación y esclavitud hipotecaria, encarecimiento de lo necesario y bajada de salarios, consumo absurdo, sobrecarga en las tareas de cuidar, jerarquías laborales y paro para disciplinarnos a todos … Y por eso, pesadumbre, malestar, hartazgo, sensación de no estar viviendo nuestra propia vida sino la que otros nos han diseñado bajo un aparente estado de normalidad cada vez peor disimulado.
Así que querer es poder, y ahora queremos.
Porque desde Sol y otras plazas, nos afanamos a golpe de martillo y de palabra en afirmar un estar distinto. La verdad es que no nos integramos, además, como dijo una mujer en la radio no nos dejan, y como no nos dejan nos preguntamos ¿pero quién quiere integrarse en esta mierda de mundo?
Todo esto nos lleva a empezar a construir por lo común –la crítica a la representación y su íntima conexión con el capitalismo-, la democracia, lo real y el ya. Y por eso no queremos abrir diferencias entre nosotros. Fundamentalmente de dos tipos: las que nos recuerdan que tenemos ideas distintas sobre estas tres cosas, pero también las que nos recuerdan que no vivimos de igual modo su ausencia. Una tiene que ver, según dicen algunos, con las ideologías que en el diálogo van aflorando, y la otra, con las identidades complejas que crea y/o refuerza este mundo cruel (hombres, viejos, estudiantes, mujeres, niños, inmigrantes, asalariados, pobres, jóvenes, domésticas, jóvenes mujeres, amas de casa, sin papeles, pensionistas, putas, hipotecados, negras, maricas, etc.).
Así que insistimos: todos iguales, todos a una, todos por lo que nos une, porque… ¿qué sentido tiene construir a partir de las diferencias que se nos imponen como disciplina? Pues ninguno, la verdad. La plaza está atenta cuando se trata de privilegiar lo de unos porque aquí estamos por lo de todos.
Sin embargo, estar por lo de todos no es lo mismo que decir todos somos iguales, como nos cuentan los liberales. El intenso deseo de estar juntos no nos puede llevar a pensarnos de nuevo como sujetos desencarnados, abstractos, sin atributos… es decir, sujetos y grupos concretos disfrazados de cualquiera.
Estar por lo de todos, construir un todos es explicarnos las vulnerabilidades y las desigualdades que vivimos, así como la potencia que cada cuál aportamos. Estas fragilidades y riquezas nacidas de la acción de situarse a golpes en y contra el mundo no surgen como cuestiones personales, sino que nacen de un pensamiento de oposición. Somos rebeldes porque el mundo nos ha hecho así!
Esto da lugar a algunas contradicciones. Estar por lo de todos también implica incorporar la singularidad que todos somos y que, ya lo estamos viendo, difícilmente se deja representar.
Algo de eso parece resonar en lo sucedido respecto a la pancarta “La revolución será feminista o no será”, que fue mal recibida por alguna gente como una señal de división. Muchos pensaron: ¿pero esto no era un movimiento que no se presentaba bajo ninguna “bandera”? Pero, ¿no se trataba de estar unidos y no generar divisiones? Hombres, mujeres… ¿qué más da? Aquí estamos juntos.
En ocasiones, desde el movimiento Sol resulta difícil imaginarnos como personas que no están incluidas desde un principio dentro de una ciudadanía igualitaria. Al fin y al cabo Sol es el Km cero. Más aún, ciertas luchas se entienden como particularistas, como es el caso del feminismo, aunque éste al reclamar derechos para las mujeres y la gente “trans” del sexo esté reclamando para todos, también para los que han de perder privilegios heredados.
La dinámica en todo caso ha de ser enriquecer, poner lo propio para mezclarlo con lo de los demás, porque además es así como se da. Entonces, podemos preguntarnos qué sería para nosotras la democracia sexual real ya.
Pues sería un mundo en el que se acabara con la manera en la que la democracia existente separa a los sexualmente discriminados, las mujeres, maricas, raros… de la capacidad para decidir sobre nuestras vidas. Porque si la política tradicional está en crisis, ésta atañe de forma particular a las mujeres. La política convencional y las mujeres están especialmente divorciadas, por mucho que una minoría se integre sin chistar en el funcionamiento de partidos, sindicatos e instituciones.
También en la plaza cuesta estar cuando una habla de encargarse de cuidar a otros si no se reparten las responsabilidades o se crean (como se ha hecho) espacios infantiles o habilitados para gente diversa. O cuesta cuando no se cuestiona el acceso naturalizado de los hombres a la palabra pública y a ser portavoces. O cuando se lanzan consignas críticas que –sin pensar- presumen que los sujetos políticos no pueden ser las desheredadas de la tierra (que gobiernen las putas, que sus hijos no saben). O cuando la democracia no llega a la casa patriarcal y se queda sólo en la plaza, o cuando la plaza no es accesible para todos. El código genético de la democracia existente es excluyente, porque instituye ciudadanos de segunda y de tercera, y porque sólo es ciudadano el individuo que llega ya “producido” a la plaza, una vez ha eliminado de su existencia política todo lo que le recuerda su condición de cuerpo vulnerable. Así que la democracia, para que sea real, ha de pensarse también como democracia sexual, migrante y diversa.
Y es que además nuestros gritos de democracia real atacan las diferencias que nos impone el capitalismo, que no duda en dividirnos para así explotarnos mejor acudiendo para ello a mil argumentos, activando de paso prejuicios raciales, sexuales y de todo tipo. Decir que esta crisis no la pagamos nos hace pensar en cómo acabar con el hecho de que la pobreza, el paro, la precariedad afectan de forma sangrante a las mujeres, especialmente a las de clase baja, entre ellas las migrantes. Cuando hay crisis hay recortes y ahí se revela, una vez más, que el empleo femenino es subsidiario y que la precariedad femenina es aceptar la temporalidad, la media jornada y la discontinuidad manteniendo el tipo, e incluso acudiendo a argumentos de conciliación.
- Partes que quedaron del cartel cercenado. Fotografía: Saúl Ariza
El paro femenino es perfectamente tolerado por el sistema. Todo esto genera dependencia heterosexual y diferencias de poder en las familias, hecho que tampoco ayuda mucho para una democracia real. Cuando hay crisis se recortan servicios –y nos es que haya muchos- y toca comprarlos (a la mierda la salud, la escuela infantil, los libros, el comedor, las residencias, las ayudas de todo tipo, etc.). Cuando la cesta de la compra es más cara y todo es mercado, incluido la vivienda, el trabajo en la casa crece. Y las mujeres –ya sabemos- estamos muy dispuestas a arrimar el hombro privándonos incluso de lo propio (el tiempo, el espacio, la integridad psíquica, la creación… la plaza).
Para nosotras y nosotros, imaginar la democracia real ya es pensar las desigualdades que nos atraviesan, también como género y sexualidad. Y es por eso que no la podemos imaginar sin el feminismo, o los feminismos, que son los lugares desde los que aportamos reflexión, combate, vida.
Nuestra idea del feminismo no tiene nada que ver con la lucha de sexos, sí con luchar contra las desigualdades de sexo. Tampoco tiene que ver con excluir, sí con señalar privilegios y buscar lugares más igualitarios. No tiene que ver con la censura y el dogmatismo, sí con acabar con las jerarquías ocultas tras lo normal, lo que se da por sentado. Porque… aunque duela, en las plazas, por muchas razones, no todos somos iguales, por mucho que queramos serlo ya! Y es ese deseo de querer serlo ya el que ha de llevarnos a pelear contra todo lo que nos hace desiguales.
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